Post Tenebras Lux

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miércoles, 25 de mayo de 2016

"La Evangelización en la Perspectiva Cristocéntrica (Parte I)" Presbítero José Mário Da Silva

 Una de las tareas más importantes de la iglesia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en su peregrinación triunfante y sufrida sobre faz de la tierra, su primordial misión es la de anunciar el evangelio de la salvación; proclamar la gran redención que la Trinidad bendita providenció para una humanidad caída y completamente destituida de la gloria de Dios.

 En el ámbito del reino de Dios, que es sumamente amplio y abarca la esfera de todas las realidades creadas, la iglesia de Jesucristo pontifica como la agencia y el vehículo de proclamación "de las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1Pedro 2:9 b).

La iglesia no es portadora de un programa político revolucionario, ni mucho menos de una irresistible filosofía de vida. La iglesia de Jesucristo, "Columna y baluarte de la verdad" en las palabras inspiradas del apóstol Pablo, posee, esto sí, un mensaje, que ésta recibió de las manos del Señor y Salvador Jesucristo: el mensaje del evangelio, encarnada en la vida y obra del Hijo de Dios: en su encarnación, vida santa, muerte expiatoria sustitutiva; y por último, resurrección justificadora. Así, evangelizar no es dar testimonios de lo que Dios hizo por mí de manera subjetiva y, normalmente, con énfasis vinculado a las bendiciones terrenas, sino, sí, anunciar lo que, objetivamente, él realizó en la cruz del calvario en la persona de su Hijo Jesucristo, teniendo como finalidad, sin desvíos, salvar pecadores de la esclavitud del pecado y de la perdición eterna.

  El perfecto patrón de una acción evangelizadora verdaderamente bíblica es la que podemos desprender del encuentro que hubo entre Jesucristo y el joven rico, episodio registrado en los evangelios sinópticos. El joven rico, lleno de justicia propia como ocurre con todo ser humano descendiente de Adán, se aproxima a Jesucristo y le pregunta: "Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?" (Mateo 19:16). La pregunta del joven rico es una exacta traducción de aquello que las religiones, cada una de su manera particular, son, enseñan, y hacen, en relación a constituirse en medios a través de los cuales los hombres presumen que pueden ser salvos no sólo de los pecados que cometen, sino de la condición de pecadores caídos, muertos y puestos en la mira certera y sin desvíos de la justa ira de Dios.

 Usted, que está leyendo esta dominical meditación y que piensa que puede ser salvo por sus esfuerzos y supuestos méritos, medite seriamente en lo que dice la infalible Palabra de Dios: "Sus telas no servirán para vestir, ni de sus obras serán cubiertos; sus obras son obras de iniquidad, y obra de rapiña esta en sus manos". (Isaías 59:6). El lenguaje adoptado por el profeta Isaías es similar a la que Moisés emplea en el relato de la caída de nuestros primeros padres. En la narración original del libro de Génesis, en éste se dice que después que nuestros primeros padres hubieron pecado, "entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales" (Génesis 3:7). Debemos estar atentos para la precisión quirúrjica del relato bíblico: Adán y Eva intentaron hacer ropas para sí mismos, en un vano intento de cubrirse de desnudez espiritual que abatió sobre ellos después que pecaron contra el Creador. Dios, sin embargo, no acepto tal iniciativa humana, al contrario, "Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió" (Génesis 3:21).
  Volvamos al joven rico: él se cree bueno y perfectamente capaz de realizar hechos y obras presumiblemente suficientes para salvarlo. ¿Será que el joven rico es realmente portador de merecimientos?  Él incluso puede entrar en la bienaventuranza de vida eterna demostrando como credenciales, sus obras? No, no puede, bajo ninguna circunstancia. En la próxima semana, continuaremos la reflexión.


                                                                         


jueves, 19 de mayo de 2016

"El Culto a Dios en la Perspectiva Bíblica" Presbítero José Mário Da Silva

 El ser humano, al ser creado a la imagen y semejanza de Dios, recibió el inusual privilegio de vivir glorificando al Señor, y prestarle continua alabanza y adoración. El pecado, sin embargo, alteró, sustancialmente, la orden originalmente establecida por el Creador. Soberano y controlador de todas las realidades, que trajo a la existencia por su poder y sabiduría, y no siendo tomado por sorpresa por absolutamente nada, Dios, en su presciente y decretiva mente, ya tenía, en los invisibles bastidores de la eternidad, decidido elaborar un glorioso plan de redención para su pueblo, en el cual toda la Trinidad participó: el Padre eligiendo; el Hijo redimiendo; el Espíritu Santo aplicando los efectos que Jesucristo realizó en la cruz del calvario en favor de sus electos.
 La obra de Jesucristo, perfecta en su esencia y eficaz en su impacto en la vida del hombre por ésta conseguido, restituye a quien fue alcanzado por la gracia salvadora, el privilegio de poder volver a adorar a Dios en espíritu y en verdad, en la meditación del Hijo, en el poder del Espíritu Santo, y de acuerdo con las prescripciones emanadas de as Sagradas Escrituras.
 A la luz de las Sagradas Escrituras, el culto es una convocación de Dios a su pueblo, y no una opción humana a ser elegida por nuestra pecaminosa voluntad. Basta que examinemos, con la debida atención, el salmo cincuenta, para determinar el carácter convocatorio del que se reviste el culto al Señor. El culto a Dios es un privilegio singular para el cristiano, que fue perdonado por Dios, y que volvió a disfrutar de la bendición de tener comunión con su Creador. En el culto, el cristiano alaba a Dios en la congregación; ora al Señor; oye la exposición de su Palabra; y crece en el conocimiento de Dios, que viene de la proclamación fiel de la Sagrada Escritura.
 El culto a Dios es prescrito por el propio Dios en su Palabra, de modo que los principios básicos que deben regir el culto público emanan del santo libro de Dios. En este particular, nuestros Símbolos de Fe son sumamente útiles y pedagógicos. En estos, sobretodo en la Confesión de Fe de Westminster, aprendemos que el culto presenta cinco elementos fundamentales: alabanza en la congregación, oración comunitaria, lectura de las Sagradas Escrituras, predicación expositiva de la Palabra de Dios y administración de los sacramentos del bautismo y de la cena de la alianza con el Señor.
 El culto público al Señor es tarea para ser desempeñada por los pastores y presbíteros, que son oficiales de la iglesia llamados por Dios para esa estricta finalidad. En el Antiguo Testamento, el culto era administrado por los sacerdotes, hombres maduros en la fe, con la vocación dada por Dios y separados para el santo oficio de dar culto Dios de forma como el Señor lo prescribió y como Él quiere ser adorado.
 El culto a Dios es un trabajo serio, en el cual todas las dimensiones constitutivas del ser humanos deben estar involucradas: intelecto, corazón y voluntad. En el excelente libro Principios Bíblicos de Adoración Cristiana (en portugués), el reverendo Hermisten Maia Pereira da Costa aborda, con singular pericia bíblica y teológica, el relevante asunto. Vale la pena conferir. SOLI DEO GLORIA NUNC ET SEMPER.

Traducción: Adriano Canuto y Celeste Ontivero Canuto.