- Mirad que vosotros améis al Señor Jesucristo con un amor supremo, con un desbordado amor. No hay nadie que haya sufrido tanto por ustedes como Cristo. La mínima medida de la ira que Cristo ha soportado por ustedes, habría roto los corazones, cuellos y espaldas de todos los seres creados.
- ¡Oh mis amigos! No hay amor, sino un amor supremo que de ninguna manera se hace adecuado a los sufrimientos trascendentes del amado Jesús. Oh, ámenlo por encima de vuestros deseos, ámenlo por encima de vuestras diversas relaciones, ámenlo por encima del mundo, ámenlo por encima de todas vuestras alegrías y placeres; sí, ámenlo por encima de vuestra propia vida; por eso los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los santos, los cristianos primitivos, y los mártires antiguos han amado a nuestro Señor Jesucristo con un amor desbordante: “Y ellos han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11); es decir, desecharon y despreciaron sus vidas, exponiéndose al peligro y a la pérdida por amor al Cordero que “los había lavado en su sangre”. He leído acerca de uno llamado Kilian, un maestro de escuela holandesa, que se le preguntó si no amaba a su esposa e hijos, el respondió; “que ellos eran todo el mundo, una pieza de oro, y si de sus manos dependiera dejaría todas las cosas a los pies de sus enemigos para vivir con ellos en una prisión; pero que su alma y su Salvador son lo más amado para él, más que todos”. “Si mi padre; dice Jerónimo, estuviera delante de mí, y mi madre colgara de mí cuello, y mis hermanos presionaran sobre mí; desearía irrumpir entre mis hermanos, tirar abajo a mi padre, y pisotear a mi madre, para llegar a Jesucristo.” “Si yo tuviera diez cabezas, dijo Henry Voes, todas serían cortadas por Cristo”. “Si cada pelo de mi cabeza, dijo John Ardley, un mártir; fuera un hombre, todos ellos debieran sufrir por la fe en Cristo”. “Deje que el fuego, las rejillas, las cadenas; dijo Ignacio, y todos los tormentos del infierno vengan sobre mí, así yo puedo ganar a Cristo”. El amor hizo a Jerónimo exclamar, Oh mi Salvador, ¿Por qué morir por amor a mí? Un amor más triste que la muerte; pero para mí una muerte más preciosa que el amor mismo. No puedo vivir, te amo, y amo tener más tiempo de Ti. A George Carpenter se le preguntó si él no amaba a su esposa e hijos, que se encontraban llorando delante de él, respondiendo: “¡Mi esposa y mis hijos! Son lo más amado para mí, que toda Baviera; sin embargo, por amor a Cristo, no los conozco”. Esa bendita virgen siendo condenada por el cristianismo al fuego, y teniendo su finca y la vida le ofrecieron si quería adorar a los ídolos, y gritó “Que el dinero perezca, y la vida se desvanezca, Cristo es mejor que todo”. Los sufrimientos de Cristo, son la mayor gloria de los santos: “Crudelitas vestra, gloria nostra” Su crueldad es nuestra gloria, ha dicho Tertuliano. Se ha dicho también de Babylas, que cuando estaba para morir por Cristo, él deseaba este favor: que sus cadenas puedan ser enterradas con él, como insignia de su honor. Así que mirad con qué supremo amor, con cual desbordante amor, los primeros santos han amado a Nuestro Señor Jesús; ¿y pueden, los cristianos fríos y que han disminuido su amor a Cristo, al leer sobre estos casos, no conmoverse?
- Traductora: Sarahi Canche Mas Revisión: Natalia Armando , Celeste Canuto.
Soli Deo Gloria !
No hay comentarios:
Publicar un comentario